La Vanguardia · Libros | 13-10-2000 Todo sobre los Borgia Joan F. Mira publica una atractiva e ilustrada síntesis
de la ascensión y la vertiginosa caída de la familia valenciana que triunfó en
Roma Julià Guillamon
En 1996, Joan F. Mira publicó en la editorial Tres i
Quatre (algo más tarde la tradujo Península al castellano) Borja Papa,
una reconstrucción novelada de la vida de Roderic de Borja —o Borgia, la
versión italiana de su apellido con la que pasaron a la historia—, quien
accedió al pontificado con el nombre de Alejandro VI. El libro que entusiasmó,
entre otros, al padre Batllori era una pormenorizada relación de los 54 años
que Roderic de Borja pasó en Roma, desde su llegada en el verano de 1449 hasta
su muerte en 1503. Mira se
resistía a considerarlo como una novela, quizás porque a diferencia de otras
versiones de las andanzas de los Borja —como O César o nada, de Vázquez
Moltalbán— el relato aspiraba a la fidelidad histórica. A lo largo de meses de
estudio en la Biblioteca Vaticana, en el palacio Farnese y en la sociedad Roma
nel Rinascimiento, Mira se metió en la piel del personaje. La identificación
fue tan completa que tomó la voz del paisano y reconstruyó, en más de 300
páginas, su confesión, orillando todo lo apócrifo: las habladurías satánicas,
los venenos y las fantasías pornográficas que durante siglos han acompañado el
nombre de los Borja. Para Mira, la realidad histórica es tan extraordinaria,
que no hace falta recurrir a elementos legendarios que simplifican la
complejidad y ocultan la verdadera significación militar y política del caso. Mira tiene por
costumbre alternar sus incursiones en la novela con obras de divulgación que
explican y complementan distintos aspectos de su trabajo. Cuando escribió Els
treballs perduts (atención: una de las mejores novelas catalanas de las
últimas décadas, desconocida por buena parte del público y todavía sin traducir
al castellano) dio a conocer un delicioso ensayo sobre el mito de Hércules en
el que proponía una interpretación antropológica. Hércules —decía— es un héroe
venial y mediterráneo, positivo y popular. En la novela posmoderna y fallera en
la que recreó sus famosos trabajos, Hércules era Ulises, y Dublín, Valencia.
Para el libro sobre la Valencia contemporánea que prepara ahora —y que aguardo
impaciente esperando reencontrar al Mira satírico— ha traducido la Comedia
dantesca con un resultado soberbio. Els Borja.
Família i mite (Los Borja. Familia y mito) es la consecuencia del elaborado ejercicio literario que
representó en su momento Borja Papa. Mira ofrece un texto de divulgación
sobre los Borja (texto seguido, sin bibliografía ni notas sabias, cuadros,
árboles genealógicos y un diccionario borgiano donde se sintetizan situaciones
y personajes), con un repertorio de imágenes espectaculares de códices y
cuadros, interiores palaciegos, blasones y fragmentos de arquitectura que
representan la entera iconografía de los Borja. Mira describe la ascensión y la
vertiginosa caída de la familia y, como ya sucedía en la novela, limita al
máximo los elementos legendarios y novelescos. Mediante
alianzas con la alta nobleza aragonesa, valiéndose de la carrera eclesiástica y
de la experiencia como jurista, Alfonso de Borja —el futuro papa Calixto III—
dio un salto espectacular desde un reino sin especial relevancia política
—aunque con una capital, Valencia, que en tiempos de Alfonso el Magnánimo era
una de las ciudades más populosas y prósperas del Mediterráneo— hasta las más
altas jerarquías religiosas de su época. Un momento decisivo: el entonces
canónigo media con la corte papal de Peñíscola y logra deshacer el desaguisado
que se organizó cuando Benedicto XIII, el Papa Luna, se negó a aceptar los
edictos del concilio de Constanza. Se alzó con el obispado de Valencia, y desde
allí siguió la aventura napolitana de Alfonso el Magnánimo, como pieza fundamental
de su política italiana. Nuevas alianzas, el título de cardenal en Roma y como
premio final el papado en 1445. Cuando su
sobrino Rodrigo llega a Roma cuatro años más tarde, encuentra una ciudad
decepcionante (con la mitad de habitantes que Valencia, hacinados en indignas
callejas sucias y llenas de humedad). La estancia de los Borja en Roma es la
historia de peligrosas maniobras, nepotismo: los catalanes (catalovalencianos,
mallorquines y aragoneses) ocupan todos los lugares de responsabilidad. Muchos de
ellos son judíos que aportan al Papa los recursos que necesita para realizar
sus planes. Es también la historia de la creación de la ciudad moderna, el
esplendor del humanismo, la renovación del Estado y la creación de los
ejércitos profesionales. En su apogeo, los Borja dispusieron de enormes poderes
y una inmensa fortuna terrenal. Tras un breve intermedio, consiguieron repetir
el papado y extender su influencia durante dos lustros, algo que no tenía
precedentes. A este
esplendor, basado en un concepto muy estricto del poder, siguió un rápido
declive. Los Borja crearon un Estado que intentaba mantener el equilibrio entre
España y Francia, asediado por las grades familias italianas de los Orsini, los
Colonna o los Sforza. A la muerte de Alejandro VI este imperio se desmoronó
rápidamente. César fue arrestado, se fugó del castillo de la Mota y murió en
Viana luchando por el rey Juan de Navarra; Lucrecia hizo olvidar en la corte de
Ferrara su mala reputación. El relato de
Mira reconstruye la lucha por el poder, en unos términos no tan distintos a los
que utilizaba en sus novelas Mario Puzo. La elección del jefe de un linaje, la
venganza de las familias rivales, las medidas de reforma para devolver la moral
a la Iglesia, que nunca se aplicaron. Lujos exorbitantes, crímenes políticos y
la incipiente fama de crueldad en que se basaba la reputación del violento
César Borja. Abrazos fraternos, tratos falsos por ambas partes, intereses y
vínculos comunes que se creen indestructibles y que no duran nada. Un ascenso
de años, y la caída en cosa de días, el regreso a Gandía y la extinción del
linaje dentro de la nobleza castellana, pero no sin antes dar al mundo un
santo, que por cierto fue el último de la familia que escribió en catalán.
Audacia y fortuna «La fortuna no ajuda als audaços, com deien els romans
antics, sinó els qui saben posar-se al seu costat i aprofitar-la quan passa»,
dice Alejandro VI, en Borja Papa. Los Borja encabezaron algunas de las
transformaciones del Estado en el paso de la edad media a la edad moderna.
Dieron al mundo una docena de cardenales, dos papas y un santo de primera
magnitud. Cuatro de sus miembros emparentaron con las principales casas
europeas, fueron antes que nadie grandes de España y tuvieron los mayores
dominios señoriales del país. Su cabeza coronada asoma en las obras de
Boticelli, Giorgione, Velázquez y Goya. Sin contar con el tirón que han tenido
en la imaginación popular César y Lucrecia Borja como símbolos de violencia y
amor incestuoso. Pero esa, verdaderamente, es ya otra historia. La
leyenda negra Un Papa con demasiados hijos. Que un cardenal o un Papa tuviera hijos era cosa
corriente en el siglo XV. Lucrecia Borja no fue la primera hija de Papa que
celebró su boda en los palacios vaticanos. Pero Alejandro VI tenía demasiados
para asegurarles un futuro a la altura de sus proyectos. El hijo de Alejandro VI y de Lucrecia. Las relaciones entre el papa y su hija Lucrecia eran
extremadamente tiernas y afectuosas. Pero la leyenda del incesto creció
alimentada por Giovanni Sforza, el marido que Lucrecia rehusó, como acusación
infamante contra el suegro. El mítico veneno de los Borja. Alejandro VI creó el ejército profesionalizado. Para
pagarlo recuperó una norma olvidada: los bienes de los cardenales, después de
su muerte, pasaban a la Santa Sede. La muerte de los cardenales ricos se creía
«acelerada» por el mítico veneno de los Borja. La ejecución de Savonarola. Savonarola figura en la historia como un fraile
justiciero que se levantó contra los desmanes papales. En realidad, era un
enemigo acérrimo de la política exterior del Papa. El encargado de sancionar el
proceso contra el dominico fue Francesc de Remolins, uno de los antepasados de
Martí de Riquer. Maquiavelo. Durante sus campañas en la Toscana, César Borja impresionó
tan profundamente a Maquiavelo, que le tomó como modelo de un manual para
políticos sin escrúpulos, El príncipe. La muerte de Alejandro VI. Enfermo de malaria, Alejandro VI entregó su alma el 18 de
agosto de 1503. Por efecto de su obesidad y del gran calor, el cuerpo se hinchó
desmesuradamente. Para muchos fue la señal inequívoca de que el papa había sido
condenado al infierno. Corrió la voz de que los demonios en forma de monas
voladoras habían acudido a San Pedro para llevarse el alma. |
Tornar a la pàgina anterior | Pujar |