La Vanguardia · La contra | 25-26.12.2004
VÍCTOR-M. AMELA —¿Cómo le dio por traducir los Evangelios? —¿Cree
usted en el Espíritu Santo...? —... —Ja,
ja... Después de traducir La Divina Comedia, me dije...: “A ver, ¿qué
autor existe más grande que Dante?”. —¿El
Espíritu Santo? —Eso
se dice tras leer un fragmento del Evangelio: “Palabra de Dios”. Para el dogma,
el Espíritu Santo inspiró los Evangelios. —Por
cierto, leo que usted traduce Espíritu Santo de otro modo: alé sant de Déu... —Así
es como entendía ese concepto un lector de los Evangelios del siglo I. Lo de
Espíritu Santo como tercera persona de Dios es algo que se decidió siglos
después... —¿Su
traducción nos devuelve al origen? —Mi
traducción busca devolver al lector de los Evangelios la emoción provocada por
la lectura de un insuperable texto literario. —Un
texto sagrado. —Mire,
yo lo abordo como texto literario. Si es sagrado o no..., eso es ya cosa del
dogma religioso, teológico. Para mí es una narración maravillosa, de enorme
fuerza literaria. —¿Dónde
radica esa fuerza literaria? —Es
la crónica de una muerte anunciada: el propio protagonista anuncia desde el
principio que la cosa acabará mal. Sus seguidores insisten en verle como
inminente rey, y ellos se ven ya a sí mismos ya como ministros... “No, no...,
¡sufriréis..!, esto acabará mal”, insiste. ¡Qué bien se mantiene la tensión! —Y
acaba mal, es verdad. —El
propio protagonista anuncia el desenlace: “Iremos allí, me detendrán, me
juzgarán, me sacrificarán...”. Y los suyos le ruegan: “¡Pues no vayas!” Y él
dice: “Sí iré, y sucederá, y moriré..., pero creedme: ¡volveré!”. —¡La
resurrección! —Sí.
No traduzco así el griego egueiro, sino como despertar, alzarse,
ponerse en pie... —El
caso es que Jesús ¡vuelve! —Sí,
y podría haberlo hecho espectacularmente, entre trompetas y fuegos..., pero
¡no!: lo hace muy modesta y discretamente... ¡Qué narración tan sensacional...!
Es muy poderosa, transmite mucho a todo lector sensible. —¿Y
qué aporta su nueva traducción? —Que
cualquiera pueda abordar la lectura de este relato sin la interferencia de
conceptos teológicos de otras traducciones. —¿Por
ejemplo? —Yo
no traduzco miracle, sino prodigi; no traduzco àngel sino missatger;
no pecat, sino culpa, falta o error...: ¡es el sentido que
tenía para los primeros lectores de los Evangelios! Es complejo, pero he procurado
ponerme en la piel de los primeros lectores de esos textos. —Tendría
que compartir usted con Dios sus derechos por la traducción. —Si
pudiese hacerle una transferencia directamente a Él, ¡sí lo haría! Pero a
ciertos elegados que tiene aquí abajo..., pues no. —Y
qué ha sentido al traducir la Palabra de Dios? —He
sentido el placer de traducir la pieza literaria más importante de la historia
de Occidente, la que más ha influido en la cultura, el arte, el imaginario
popular europeo: muchísima gente sabe quiénes son Don Quijote o Hamlet...,
¡pero todavía más gente sabe quienes son Jesús, María y José! —¿Fueron
sus vidas como las conocemos? —Seguramente,
aunque otra cosa es que haya detalles más o menos embellecidos... —¿Como
el de la resurrección? —Eso
es algo que cada uno creerá o no... Lo que sí puedo asegurarle es que los
evangelistas creyeron firmemente en la resurrección de Jesús: ¡basta leer el
texto para sentirlo! —¿Cuáles
son sus pasajes favoritos? —¡Los
diálogos entre Jesús y sus seguidores son sublimes! Ellos son los rústicos a
los que —como Don Quijote a Sancho Panza— Jesús intenta transmitir un mensaje
elevado. —Elija una
frase del Evangelio. —Elegiría el
discurso de Jesús en la Santa Cena, síntesis de lo que les ha explicado durante
tres años: les dice que todo se resume en el amor, en amarse como hermanos. —¿Qué le
impresiona más de ese discurso? —¡Es un
discurso que no tiene precedentes en la historia religiosa! Es
revolucionario... —¿Qué punto
del relato retocaría? —Ralentizaría
la irrupción de Jesús como personaje público: ¿qué sucede entre ese momento y
su nacimiento? No nos lo cuentan. —Pero es una
elipsis sugerente... Los Evangelios apócrifos sí cuentan más detalles... —Pocos. Pese
a todo, los cuatro Evangelios canónicos son, literariamente, los mejores.
—¿De qué
texto original ha traducido usted? —Del texto
crítico griego, en la edición Nestle-Aland. Usé además lecturas
complementarias... ¡Han sido tres años de duro trabajo! —Buf... —Me hacía
ilusión: esto no se paga con dinero, claro... Pero si alguien me aborda un día
en la calle y me dice: “Mira, he leído tus Evangelios, y no imaginaba
que disfrutaría tanto como he disfrutado”... ¡yo seré feliz! —Por cierto,
yo nunca entendí aquello de “pobres de espíritu”: ¿cómo lo traduce usted? —Digo que es
afortunado quien dentro de su corazón se siente como un pobre. —¡Ahora lo
entiendo mejor! —A los
“mansos de corazón” los traduzco como “buenos y tolerantes”. —Un léxico
puesto al día, ¿no? —He
disfrutado con la búsqueda del término exacto. Es un texto tan sutil, con
momentos tan enigmáticos...: Jesús refrena a los que quieren lapidar a la
adúltera y luego se agacha y traza misteriosos dibujos en el polvo... —¿Qué dirá
la Iglesia de su traducción? —Que su
terminología no acoge los conceptos teológicos de la doctrina. Cierto, ¡pero el
relato aflora con toda su magia primitiva! |
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