El País [CV] | 06-03-2000 El cambio, la dignidad y el voto Joan
F. Mira Ya
me disculparán si repito cosas que se publicaron hace quizá un par de meses —no
en forma de opinión sino de manifiesto: el manifiesto de Valencians pel Canvi—,
pero que tienen ahora mismo, en plena campaña electoral, tanta o más vigencia
que entonces. Era la reflexión que nos movió, a un grupo creciente de personas,
a intervenir en la vida pública valenciana con un principio de voz propia, con
una idea de compromiso personal que —en algún caso, como el mío— hemos llevado
a la práctica, con la mayor coherencia que hemos sabido o podido. Aquel
manifiesto recordaba que estos últimos años han representado, en la evolución
política y civil del País Valenciano, un tiempo especialmente contradictorio y
confuso. Por una parte, unos aires de bonanza económica esconden la
persistencia de problemas más profundos en los cimientos mismos de la vida
colectiva, problemas de medio ambiente y territorio, de modelo de crecimiento, de
cultura y de lengua, de consistencia social y nacional de nuestro país. Por
otra, el papel de las instituciones de gobierno, y de los partidos que las
ocupan o las ocuparon, debería ser motivo de reflexiones muy serias sobre las
condiciones ideológicas y éticas de la vida política valenciana. La
reflexión constataba, así mismo, que desde el gobierno de la Generalitat, y
desde su partido, se promueve un modelo de sociedad basado en el puro beneficio
individual, en la especulación, en las “grandes obras” de dudosa utilidad, el
clientelismo y la presión de los intereses privados sobre las decisiones
públicas. Es un modelo donde entran al mismo tiempo los privilegios de cierta
enseñanza privada y la escasez de recursos para la pública, la transferencia de
la sanidad a la esfera del interés empresarial, el ínfimo apoyo —cuando no el
boicot— a la cultura del país y la vergüenza de la programación de TVV, una
“tierra mítica” para turistas en masa y la destrucción de humedales y paisajes
agrarios, la fascinación por el AVE a Madrid y el desastre de la red interior
de comunicaciones, la retórica del “poder valenciano” y la miseria humillante
de las inversiones del estado, la “vertebración de la comunidad” (?) y el
provincialismo más desaforado, o la “defensa de la lengua valenciana” y el
dominio casi exclusivo del castellano en todos los ámbitos institucionales.
Porque para el partido del gobierno, el país —el País Valenciano— simplemente
no existe. Y
recordábamos que, por lo que respecta al partido mayoritario de la oposición,
la imagen que proyecta es más la de un penoso campo de batalla de facciones o
personas que la de una fuerza política dedicada a frenar y controlar los
excesos del poder y a proponer a los valencianos ejemplos de comportamiento
público comprometidos y dignos. Sin contar que —exactamente igual que el PP— se
reconoce indisimuladamente subordinado a designios políticos “superiores”,
externos del todo al País Valenciano. La esperanza de que este partido (este
PSOE, que ya en nada es PSPV) vuelva a jugar, él solo, el papel dominante que,
con todos los defectos y virtudes, jugó en el pasado, ha dejado ya de tener
ningún sentido. Algo
ha de cambiar en el País Valenciano, insistíamos, en la política y desde la
política, si no queremos que la degradación llegue a ser tan destructiva como
irreversible. Degradación de los paisajes, de la huerta y de la costa, de la
identidad de nuestros pueblos y ciudades, de la ética de la vida pública, del
funcionamiento de los grandes partidos, de la imagen que los valencianos
tenemos de nosotros mismos. No quiero imaginar otros cuatro, ocho, doce años
más por el mismo camino: con el mismo gobierno, con la misma “oposición” que se
desautoriza a sí misma, con el mismo monopolio de dos bloques políticos de
estricta obediencia española en la vida política valenciana. Es así de simple:
no quiero para mi país —que es el País Valenciano— la perpetuación del simple
juego exclusivo PSOE-PP, y vuelta a empezar. Porque se trata del PSOE que hay,
que es el que es, no el que algunos quisiéramos que fuera; y del PP que hay, de
la clase de derecha que es, no la que quisiéramos que fuera, más respetuosa con
su propio país, cultura y gente y territorio. Para
ellos, para unos y otros, el cambio de escenario es una idea puramente
superflua o molesta: ya les va bien así, ya les conviene una obra de sólo dos
personajes, y los dos de tan escasa autonomía de movimientos. Para nosotros,
para quienes pensamos en otro panorama, en otra obra, en otro argumento donde
quepan mejor la dignidad del país y la dignidad de la política, no nos va nada
bien. Nada bien en absoluto. Por eso resulta tan penoso que vuelvan con la
canción del “voto útil”, a estas horas de pensar ya en cosas más serias. ¿Qué
es más útil, por favor, renovar la vida política valenciana con un nuevo actor
y un argumento nuevo, o que no cambien ni actores ni tema ni escenario? ¿Es más
útil que tal o tal lista tenga un diputado más —el siete o el ocho de aquí, que
en Madrid será un anónimo número del PP o del PSOE, y nada más—, o que una
fuerza valenciana y progresista tenga una presencia propia y digna, una
presencia que haga visible la existencia misma del país que expresa y
representa? Ésta
es la cuestión, y poco más. De izquierdas somos muchos, quizá. De izquierda
nacionalmente valenciana, que pretenda actuar rigurosamente en clave
valenciana, ya somos bastantes menos: como fuerza política, una sola. Y como
coalición que se proponga, ya desde estas elecciones, definir el País
Valenciano como espacio político propio, también una sola. Y como proyecto de
dar voz y voto, y cara y nombre y forma, al valencianismo progresista, también
un solo proyecto. Ahora mismo, no veo nada más profundamente útil para este
país que es el mío y el nuestro. No veo en qué opción de futuro podríamos invertir
mejor nuestro voto. Por eso, y para lo que pueda servir, he puesto el nombre y
la cara. Por eso, y no por ninguna otra cosa. Joan F.
Mira es candidato del BNV-EV-VPC por la circunscripción de Valencia |
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