La Vanguardia · Opinión | 20-11-2000 J. F. Mira y la “Divina Comedia” Joan Maria Pujals Cuando la cultura
recrea el encadenado de la experiencia humana puede tener mucho de deleitable. Como
cuando Josep Pla escribe, en sus evocaciones florentinas, que no le resultaría
nada extraño que se cumpliera el futuro que en 1921 imaginaba para cada uno de
sus entonces jóvenes compañeros como Ll. Llimona o J. F. Ràfols. “Lo que sería
extraño, estimados y alejados amigos, es que volviese la agudeza de nuestras
ideas lanzadas en la noche de Florencia, que volviese nuestra ingenuidad y
aquel gusto con el que hacíamos, siempre a pie, una hora de camino para leer,
en la lápida de la fachada de una casa, un texto de Dante o un párrafo de
Vasari”. Efectivamente, la memoria es una semilla que a veces fructifica con
renovada emoción. Josep Pla evocaba en otra espléndida página de sus “Records
de Florència”, publicados en “La vida amarga” —el sexto volumen de su “Obra
Completa”—, la impresión de haberse hallado en un lugar mantenido para la
eternidad gracias a las palabras de Dante Alighieri que situaban allí el
encuentro entre el poeta y su Beatrice. Vierto del original catalán estas palabras en las que Pla revive el
encuentro con un pasado que le es fuente de fruición: “Caminábamos hacia el
puente Vecchio y, al llegar al ángulo mismo del puente y de la orilla derecha,
mirando el mar invisible, nos encontrábamos en el mismo lugar en que Dante vio
por primera vez a Beatrice. Es un lugar importante. En la esquina de la casa
que el ángulo indica está la tercina de la Comedia que recuerda el hecho,
escrita sobre el mármol. Es aquella tercina que empieza: “Sovra candido vel cinta d'uliva donna m'apparve... vestita di color di fiamma viva” Pla citaba presumiblemente de memoria y dejó en puntos suspensivos la
parte final del segundo verso —“donna m'apparve, soto verde manto”—, tal y como
se puede comprobar en la espléndida edición para Proa de la “Divina Comèdia” en
que se encaran página por página el texto original italiano y la excelente
traducción al catalán de Joan Francesc Mira: “amb corona d'oliu sobre un vel blanc, sorgí una dona, sota un mantell verd vestida de color de flama viva” Hay momentos como éste de la aparición de Beatrice en que el tiempo
queda como en suspenso y se percibe la eternidad, que a nosotros nos llega a
través del arte de la palabra. Si pudiéramos leer el relato de las biografías
de todos los personajes que, con sus luces, han dado forma al mundo, veríamos
la correlación del mismo itinerario de formación espiritual que sigue,
implacablemente, el protagonista de la “Divina Comedia”: infierno, purgatorio y
paraíso. El inicio del viaje de Dante sucedió hace setecientos años, en el año
1300, el del primer gran Jubileo, y es como si ocurriera cada vez que un lector
conectara con la experiencia del poeta pormedio de su poesía, que en el caso de
la “Comedia” —llamada “divina” por Petrarca—, se mantiene tan fresca como
susceptible de revelar a cada nueva lectura su profunda significación
alegórica. Dante Alighieri personifica a la humanidad en este viaje literario con
el que pretendía mostrar que para alcanzar la felicidad hay que recorrer un
largo camino que, pasando por dos estadios (el odio al pecado —simbolizado por
el infierno— y la purificación en el arrepentimiento —simbolizada por el
purgatorio) permite llegar a la felicidad terrenal (el Edén) y a la beatitud
celestial (el Paraíso). En el trayecto, el hombre debe ir acompañado por la razón
humana (personificada por el poeta Virgilio) y por la revelación (personificada
por Beatrice). Joan Francesc Mira nos facilita ahora una nueva versión catalana de esta
obra maestra. Se añade a la medieval de Andreu Febrer (1429), la primera
traducción en verso conocida en Europa y tempranamente elogiada por el marqués
de Santillana, y a las modernas de Narcís Verdaguer i Callís (1921) y del
marqués de Balanzó (1923-24) o a la que vertió en verso Josep Maria de Sagarra,
gracias al mecenazgo de Cambó, a cuya memoria va dedicada (1947-1952). La “Divina Comedia” es un poema “sacro”, un “novísimo testamento
—considera Mira—, como imaginaba su autor con plena y orgullosa conciencia”,
una especie de libro de libros en que se reúnen los saberes de todas las tradiciones
heredadas hasta las puertas del Renacimiento, y es también, “y, para mí, es
sobre todo —explica el traductor— una espléndida narración, un viaje para
descubrir y ordenar el mundo entero y la propia vida, como la ‘Odisea’ de
Homero, como el ‘Quijote’ de Cervantes, como el ‘Ulises’ de Joyce”. De esta consideración de “poema narrativo” se deriva el tratamiento que
le ha dado Mira para aproximarnos a su mejor comprensión en lengua catalana. Si
todo poema es fondo y forma, la versión de Sagarra, en verso, primó la rima. La
de Mira ha primado el sentido, de modo que ha prosificado los versos siempre
que le ha sido necesario, sin forzar el significado por mantener la métrica.
Con lo que la inteligibilidad del texto gana. Es una opción, legítima y eficazmente
bien resuelta. Joan Francesc Mira acerca la belleza del texto clásico a la
sensibilidad del lector moderno. Helenista y antropólogo, Joan Francesc Mira (València, 1939) es uno de
los intelectuales más solventes de la cultura catalana actual. Su ensayo
“Crítica de la nació pura” (1984) ofrecía innovadores puntos de reflexión sobre
el nacionalismo. Con “Els treballs perduts” (1989) desarrolló un talento
narrativo que ha continuado con “Borja Papa” (1996), una biografía novelada del
Papa Alejandro VI, miembro de una familia de Xàtiva que en medio siglo dio dos
papas, una docena de cardenales y un santo y que adquirió una importancia
realmente extraordinaria en la vida política y religiosa de los siglos XV y
XVI. Discípulo y continuador de Joan Fuster, Joan Francesc Mira es uno de los
más sólidos referentes de la cultura común en el País Valenciano de hoy. Su
traducción, introducción y notas a la “Divina Comèdia” de Dante Alighieri “en
un catalán matizadamente valenciano” es sencillamente admirable. Joan
Maria Pujals, político y escritor |
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