El País
[CV] · Tribuna | 30-10-1999 Mira Miquel
Alberola El
escritor Joan F. Mira acaba de cumplir sus bodas de plata en el negocio de la
letra impresa, si es que es admisible este eufemismo cuando se utiliza una
lengua minorizada como vehículo, y con el cúmulo de reticencias derivadas de la
criminalización por el episodio político de la transición, que algunos tratan
de sustituir por el Imserso para construirse una jubilación dorada. Al margen
del oportuno acto de coba lírica que le organizó su editorial, no se le ha
ocurrido mejor modo de celebrar este aniversario que largarse a la parte norte
del Montseny para constatar el otoño en las hojas del bosque y disfrutar de ese
prodigio vegetal como si fuese una función de ópera. Ignoro si se pone pajarita
para asistir a ese acontecimiento, pero estos ademanes son los que dan la
verdadera talla del personaje que lleva dentro. También él vive su plenitud
otoñal con los fogonazos de colores con que lo iluminan por lo menos cuatro de
sus libros, dos ensayos y dos novelas, que se han convertido en referentes con
capacidad para sobrevivir al efecto 2000. Ésas son, en definitiva, las pistas
de su existencia, y son de agradecer entre la sobrecosecha de miscelanistas y
fracasólogos que ha suministrado y subvencionado el país para desgracia propia.
Aunque a menudo, Mira ha sido víctima del malentendido que transfiere su
actitud defensiva, tan acorde con su gestualidad, que muchos llegan a asociar
con la petulancia y otros trastornos que, pese a ser frecuentes en el gremio,
le son ajenos. Si se traspasa la capa de milímetro con que lo blinda su
temperamento, debajo sólo hay un tipo solvente con la pinta de un antropólogo
de Southampton, que admira a Hércules y debe su vida a una cabra, como Zeus.
Sólo que hay que cambiar el monte Ida de Creta por la pedanía de La Torre y
matizar un par de asuntos más: su padre no quería comérselo, sino salvarlo, y
en su caso el cuerno de la abundacia era una metáfora de las ubres de la propia
cabra, que a la vez lo eran de las ninfas. Por lo demás, debajo de esa costra
psicológica sólo hay un tipo lúcido que profesa un gran amor a su país y a su
ciudad. Pero sobre todo, que dedica diez horas diarias a escribir para poder
cumplir ese compromiso con honestidad. |
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