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10/12/2008 Novela Última
entrega de la trilogía de Joan F. Mira, ‘El professor d’història’ literaturiza
los devastadores efectos del siglo XXI sobre su ciudad Valencia es otro
planeta Julià Guillamon
Cuando se publicó la
primera entrega de la trilogía de Joan F. Mira sobre Valencia (Els treballs
perduts,1989), la cosa no estaba para tirar cohetes. Juan Lerma agotaba la
segunda legislatura como presidente de la Generalitat valenciana. Mira tuvo la
idea de inventar a un personaje, el bibliotecario Jesús Oliver, que se
encerraba en el antiguo palacio familiar y, como un nuevo Hércules, intentaba
con sus trabajos redimir la ciudad. Oliver quería reconstruir el orden del
mundo a través de la reconstrucción de una obra perdida de Eiximenis, El
crestià, y de la creación de una biblioteca. Manuel Salom, protagonista
de El professor d’història, es el reverso de este personaje. Perdido
definitivamente el orden del mundo, decide retirarse, abandonar la casa en uno
de los barrios populares por un piso junto al cauce seco del Turia, frente a la
nueva Valencia de Calatrava y del PP, liquidar la biblioteca a un librero de
lance, y asistir en los últimos años a su esposa Irene, aquejada de una
enfermedad neurodegenerativa (experta en lenguas clásicas, se expresa de manera
balbuciente, inmóvil en una silla de ruedas). Els treballs perduts era
una novela desengañada, que describía la renuncia de la ciudad de Valencia a su
historia y a sus orígenes. Pero la actitud de Oliver era constructiva y
absoluta su confianza en la escritura: “La història de la humanitat és un
infinit llibre sagrat que molt poca gent sap ni tan sols que existeix, només
alguns homes el llegeixen i tracten de comprendre’l, però els pocs que de
veritat l’entenen són els mateixos que l’escriuen, més o menys és aquesta la
qüestió, la idea és que només comprèn el llibre aquell que hi deixa alguna
pàgina escrita”. Salom, en cambio, es un desertor: vacía la vitrina en la que
guarda libros y artículos; por más que se lo propone no consigue articular sus
ideas en un libro; y sólo al final decide reunir el resultado de sus
ensoñaciones de viajero extraviado en el volumen que el lector tiene en las
manos. Comparada con las dos
entregas anteriores, El professor d’història es una novela estática. En Els
treballs perduts predominaba la sátira y en Purgatori (2003), el
duelo. El último libro de la serie se construye reflexivo y ensayístico,
replegado sobre sí mismo, con largas disquisiciones sobre Auschwitz o el congreso
de Viena. Excelente el inicio: Salom llega a la facultad para iniciar un nuevo
curso y ve dos chicas en la puerta que se besan apasionadamente, tropieza y se
abre la cabeza: a partir de ahí, decide cambiar de vida. Finísima la
descripción del barrio de Velluters, lleno de comercios chinos: ahí ambientó
Mira uno de sus primeros libros, Els cucs de seda. ¿Qué relación existe
entre la realidad actual y el mundo de su infancia? Incisivo, cuando explica
que la antigua cárcel de Montolivet se ha convertido en el museo de los ninots
indultados de las fallas. Emocionante, cuando Manuel e Irene van al Túria a
comerse la mona, y rompen la cáscara de los huevos duros coloreados con un
golpe en la frente. Implacable en sus apuntes sobre la Ciutat de les Ciències y
la destrucción de la huerta. Divertido, cuando en su primer día de jubilado
baja al bar y se toma un coñac Napoleón, “el gran liquidador de la història i
potser inventor d’una altra”, o cuando acude a la peluquería psicoestética, se
corta la barba de progre y se pone un postizo. Els treballs perduts seguía a
Hesiodo y Purgatori, a Dante. El professor d’història utiliza, de
manera muy libre, el Fausto de Goethe. El ritmo interno no responde a
una estructura serial: sigue un curso errante, entre sombras fantasmales,
personajes sin humanidad que deambulan por una Valencia que se les parece. Un
libro con una teoría unificada de la historia como el que pacta Salom con
Lucifer en el cuarto de baño ya no es posible. Sólo a través de la novela,
escrita sin concesiones, a partir del dolor de la pérdida, Salom-Mira consigue
reconstruir su verdad. Parafraseando el Fausto, en la traducción de Josep
Lleonart: “No em parlis de la gent. / Allunya dels meus ulls l’acorador
espectacle / d’aquesta munió que ens tiranitza com un xuclador. / Guia’m vers
el retall del cel on nia / la joia feta dels poetes, i / on curen mans de déus
de criar i mantenir / l’amor i l’amistat en tota sa puresa”. Un digno final
para una gran trilogía. |
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