Abc | 1997 Borja Papa
Carmen Rodríguez Santos La tan decisiva como
fascinante época renacentista propició la aparición en distintos ámbitos de no
pocas figuras marcadas por los claroscuros. Entre ellas, los diferentes
miembros de la familia Borgia ocupan un lugar destacado y han dado pie a
numerosas biografías y estudios que abordan los avatares de una saga dominada
por el ansia de poder. En general, a los Borgia se les liga con una total falta
de escrúpulos para lograr sus fines y se les imputa todo tipo de corrupciones y
perversidades. No obstante, existe también una corriente que, aun
reconociendo la veracidad de buena parte de esas acusaciones, trata, más que de
regodearse en ellas y convertirse en fiscal, de analizar —lo que no implica
justificar— las actuaciones de los Borgia, yendo más allá de su pésima
reputación. En este sentido, cabe recordar la reciente publicación en nuestro
país de «Historia emocional de Lucrecia Borgia», debida al escritor y médico
Jesús Martínez-Falero, y de «Los Borgia. Alejandro VI, el Valentino,
Lucrecia», ensayo histórico del italiano Roberto Gervaso. «Borja Papa», publicada originalmente en
catalán el pasado año y ahora traducida al castellano por su propio autor, se
inscribe, en esencia, en esta línea de acercamiento a la famosa familia, que
pretende superar la fácil denigración, pero sin caer en la hagiografía. El
centro de atención es aquí Rodrigo de Borja, quien accedió al Pontificado con
el nombre de Alejandro VI. Partiendo del momento de su coronación como Papa,
celebrada el veintiséis de agosto de 1492, se sigue retrospectivamente su
trayectoria vital, desde su nacimiento en la localidad valenciana de Játiva el
uno de enero de 1431 hasta su muerte en Roma en 1503. El recorrido lo hacemos
de la mano de su protagonista, pues la obra, escrita en primera persona, está
concebida de manera «autobiográfica». El propio Joan F. Mira (Valencia, 1939)
—profesor de griego y cultura clásica, traductor, articulista y autor, entre
otros títulos, del ensayo «Població i llengua al país valenciá» y de la novela
«Els treballs perduts»—, explica lo que pretende: «Este libro no es propiamente
hablando una novela y por lo tanto no tiene un “argumento”: es la historia de
la propia vida que “podía” haber escrito Rodrigo de Borja». Asimismo, señala
que la obra deriva de su atracción por el personaje y por la historia y la
leyenda —«blanca o negra», precisa Mira— de su familia, y que para llevarla a
cabo trató de ponerse en la piel de Rodrigo y persiguió su memoria y la de su linaje y época en variadas
fuentes. De acuerdo con estos presupuestos, el
libro consigue su finalidad. Mediante la simbiosis de realidad y ficción, estas
memorias apócrifas, que se recrean en los detalles, nos proporcionan un
singular conocimiento sobre su protagonista. Rodrigo de Borja cuenta su vida
con absoluta naturalidad, aunque hoy nos parezca una visión cínica, pues cree
que «si Dios mismo permite que hombres pecadores como yo, no soy el primero y
no seré tampoco el último, lleguen a vicarios suyos en la tierra, ha de ser porque sabe que en
todas las edades el oro ha ido mezclado con el barro». |
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